Si eres jovencita y piensas que es muy temprano para llevar a Dios en serio, mira lo que Eunice, una esposa de aquí en Inglaterra, tiene para compartir contigo…
Crecí muy sola a pesar de tener una familia aparentemente muy linda, dentro de aquellas cuatro paredes, sólo yo sabía cuánto me sentía rechazada y solitaria.
Mis padres siempre intentaron darme lo mejor, pero debido a los muchos problemas que enfrentaban, siempre quedé en segundo plano. La vida de mi madre era dentro del hospital con mi hermana, y cuando no estaba en el hospital, estaba trabajando o estudiando.
Así fue que crecí muy rebelde. Nunca me gustaron las imposiciones ni las reglas. Hacía lo que quería, pues nadie me vigilaba.
Recuerdo que siempre iba a la escuela sola y moría de miedo de una de las chicas más grandes, que me odiaba sólo porque mi cabello era largo. Jajaja!
Un día ella me encerró en el baño y dijo que había una mujer de blanco allí adentro.
¿Vieron aquellas leyendas que cuentan en las escuelas para darnos miedo?
Yo era una niña y creía en todo. Lloré mucho y no quería ir más a la escuela… Todos los días se transformaron en una pesadilla. Para defenderme comencé a andar con personas que me traían seguridad, ¿pueden imaginar quienes eran, no?
Comencé a pelear en la escuela y hacer que las personas tuviesen miedo de mí. Decía palabrones, jerga callejera y no hice cosas peores sólo porque comencé a buscar a Dios a mis catorce años.
A partir de entonces, mi vida cambió completamente. No tuve que apartarme de mis “amigas”, ellas mismas se apartaron de mí. Querían hablar de cosas que ya no me interesaban, y así, se fueron apartando…
Comencé a hacer nuevas amistades con chicas que sumaban en mi vida. Ahora eran amigas como hermanas, pues teníamos al mismo Padre.
El Señor Jesús me amó, me dio cariño y trajo disciplina a mi vida.
Así, Dios me hizo una nueva persona y con una inmensa voluntad por ayudar a aquellos que viven perdidos, como yo lo estaba.
Otro día les cuento como conocía mi marido, y cómo indignada terminé mi noviazgo con él…
Hola Señora sabe me identifico mucho con su testimonio ya que yo me entregué a Dios cuando tenía apenas 13 años y puedo decirle que mi edad nunca fue un impedimento para agradar y servirle a Dios.
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